El arte de aquellos que no son artistas ni quieren serlo

Caminando despacio me choque contra un muro.
Del aturdimiento caí al suelo.
Un humo salió de mi cabeza borrando la visibilidad de mi entorno.
A través del escozor fortalecido por mi pestañeo se me insinuó un rostro.
Su figura me agarró del brazo y tiró de mi con fuerza neurótica a la vez que acercó su boca y me gritó al oído:
Soy madame creatividad, no me violes y hazme volar

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Tsang Tsou Choi, el rey de Kowloon

Un enorme ejemplo de arte público outsider, que se remonta a hace más de medio siglo: el trabajo del calígrafo Tsang Tsou Choi, nacido en la provincia china de Guangdong en 1921 y fallecido en julio del pasado año.
Tsang pertenecía a la casta social más baja y sólo fue al colegio dos años, de modo que era casi analfabeto. A pesar de eso dedicó la mayor parte de su vida a escribir en paredes, mobiliario urbano, y cualquier superficie accesible en las calles de Hong Kong, ciudad a la que había llegado con dieciséis años para trabajar en fábricas y vertederos.









El trabajo de Tsang es reivindicativo: sostenía que, estudiando su árbol genealógico, había descubierto que Kowloon –un área de Hong Kong– pertenecía a su familia, de manera que él era el heredero y legítimo rey de Kowloon. Esa afirmación –por supuesto nunca probada– acompañada de los nombres de sus ancestros y alguna otra frase ocasional es la letanía que Tsang escribió incansablemente desde la edad de treinta y cinco años, a mediados de la década de los cincuenta, hasta comienzos de la presente década.
Durante todos esos años Tsang mantuvo su presencia a lo largo y ancho de Hong Kong. Trabajando a la luz del día, volviendo a escribir en cuanto sus escritos eran borrados, la obsesión de Tsang le convirtió en una leyenda local. Aunque la policía prefirió casi siempre ignorarle, su familia le repudió por ser una molestia pública, y su mujer acabó abandonándole. En los noventa influyó a la joven y pujante comunidad artística de la ciudad, que le reivindicó como artista outsider y símbolo de Hong Kong.





Su trabajo crudo, vigoroso y que roza la ilegibilidad ha inspirado a modistos, artistas y diseñadores. Tsang ha aparecido en varios anuncios, como éste, que promociona un producto limpiador. Imágenes de sus intervenciones han participado en diferentes exposiciones en todo el mundo. En 1997 se mostraron en el Centro de Arte de Hong Kong, y en 2003 en la Bienal de Venecia. En octubre de 2004 la casa Sotheby’s adjudicó una tabla pintada por Tsang en unos 5000 euros.
Obligado a caminar con muletas tras ser aplastado por un contenedor de basura, Tsang continuó su tarea incluso siendo octogenario, hasta que las piernas le obligaron a abandonar a mediados de 2003. Pasó sus últimos años en un humilde asilo escribiendo sus verdades sobre papeles y objetos diversos. Sus obras de calle, a pesar de haber sido calificadas por el ayuntamiento como símbolos locales protegidos, son cada vez más escasas. El pasado febrero se celebraba en Kowloon una exposición de imágenes de su trabajo.

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